Wednesday, August 2, 2023

Las paradojas políticas de Dylan Mulvaney

En paradójica camaradería, Heineken defiende a su rival Anheuser-Busch, en su controversia por Dylan Mulvaney; aunque esta paradoja no es extraña sino recurrente, ilustrando la naturaleza del conflicto, que es política y no comercial. Mucho antes, Microsoft dejó ver esta verdadera naturaleza, con su rescate de Apple en una maniobra bursátil; que desmiente —para quien lo pueda ver— la burla de sus supuestas rivalidades, en un oculto traspaso de tecnología al sector privado.

Heineken afirma que las empresas tienen que defender sus principios, como si fueran individuos y no corporaciones; cuyos principios son así generados de esa corporatividad, como sus intereses naturales, en contra del individuo. Si realmente se tratara de principios morales y no relativos al poder, serían entonces de capitalismo feroz; porque todos son imperios comerciales, construidos sobre la base —muchas veces inmoral— de ese capitalismo.

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El problema podría residir en que se trata de una generación que no construyó su riqueza, sino que la heredó; y como toda aristocracia hereditaria, posee recursos para dilapidar los ajenos en su elitismo arrogante. Este es el tipo de conflicto que condujo a la revolución francesa, manipulando al pueblo con su falsa representación; que escondía, en las luces del humanismo, la frustración histórica de la aristocracia normanda con la corona.

Como prueba, es una generación de ejecutivos, formada en las universidades y no en las dificultades del comercio; su trabajo es generar ganancias sin una necesidad real de las mismas, permitiéndose el lujo de divagaciones abstractas. Si de veras tuvieran principios morales y fueran coherentes, devolverían el poder de esa riqueza acumulada; y restringiéndose a la función básica del servicio, permitirían un respiro a los pequeños productores, que potencian al individuo y no al siervo.

Eso no es posible, precisamente porque carecen de principios, en competencia feroz por la autoridad del estado; que es lo que ha variado naturalmente sus intereses, de económicos a políticos, contra su monopolio por los estados. Así comenzó la decadencia imperial romana, de la que nace Occidente, como un principio hasta de su cultura política; cuando el estado perdió su capacidad de gobernar su compleja jurisdicción, en la esclerosis de su crecimiento desmedido.

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Así, lo más probable es que los gobiernos terminen disolviendo su autoridad, en la ambición neofeudal de estas empresas; de lo que ya hay al menos una organizaciones en ese sentido, como el Consejo Americano de Intercambio Legislativo. Así fue que los germanos colapsaron la unidad imperial romana, cuando el capital se contrajo a la fuerza militar; con la diferencia de que hoy el capital es intelectual y no político, porque la política es sólo la expresión última del capital.

Eso quiere decir que probablemente el capitalismo logre sus ímpetus neofeudales, desplazando a los estados; al menos si estos no recuperan su autoridad, que reside en la población, con la base de la pequeña y mediana empresa. Esto sería lo que cambia con la dependencia del gobierno de impuestos corporativos, en su afán de crecimiento; que sólo consigue con la subvención popular —en la corrupción de su capacidad productiva—, a favor de la hiper representación de las oligarquías.

Eso fue lo que pasó en Francia, debilitando al estado ante la aristocracia, con su dependencia de la alta burguesía; cuando el estado se jugó la mala pasada a sí mismo, de fortalecerse apelando a esa burguesía para debilitar a la aristocracia; y como esa alta burguesía es la que se fusionara luego con la aristocracia inglesa en América, creando la nueva oligarquía. Se trataría así de la misma búsqueda de capital político, por esa nueva aristocracia, que despliega su poder como moral; pero que es sólo una oligarquía, como la que siempre ha sostenido la ficción de democracia, reventada en contradicciones como esta de Dylan Mulvaney.

La democracia es el único sistema político funcional, porque es el instrumento del estado moderno, aún defectuoso; son estos defectos los que lo debilitan de continuo, por la anti naturalidad del sistema, con la precariedad de su equilibrio. Esto es lo que ocurre con esas justificaciones trascendentes, como la amenaza constante de socialización; y que no es sino la feudalización de la sociedad moderna, con la supresión del individuo, reducido al servicio de estas élites.

Thursday, December 3, 2020

De la naturaleza política de los conflictos de conocimiento, como base para las inconsistencias del humanismo moderno

 

Hay una reticencia científica a confirmar los presupuestos religiosos tradicionales con los recientes postulados de la física cuántica; lo que se debe a que aunque aquellos nieguen intuitivamente la determinación primera de lo real en la materia, su idealismo resulta igualmente determinista. Es decir, el problema está en la contradicción de materia y espíritu, como una falsa contradicción, propia de la tradición idealista; que es donde único se pueden abstraer los fenómenos reales, como propios de una naturaleza espiritual (idea) o material.

La contradicción de la física se refiere a la indeterminación primaria de la realidad, mientras que el idealismo es determinista; lo mismo si entiende esta determinación primera en la materia que en el espíritu, contradiciendo siempre esta indeterminación. Por eso, los descubrimientos de la física cuántica apuntan a una recuperación de la tradición realista, siquiera como necesidad; ya patente desde la apoteosis idealista, significada en la evolución del Idealismo de trascendental (Kant) a absoluto (Hegel).

Al respecto, la deficiencia científica sería la no distinción entre la realidad en cuanto tal (prehistórica) o en cuanto humana (histórica); como un conflicto aún no solucionado, que permitiría la comprensión posterior del proceso de determinación de lo real, como el de la determinación de la substancia en Aristóteles. La realidad prehistórica tendría un valor propio y objetivo, mientras el de la histórica sería subjetivo; ya que esta última es la que se conforma en la cultura, como consciencia del Ser sobre sí, en su relación con el entorno, que es esa realidad prehistórica.

Sin embargo, esa deficiencia tiene sentido, porque su naturaleza es antropológica y no material o científica; ya que los presupuestos hermenéuticos de las ciencias modernas son materialistas, y por tanto aún responden a esa falsa contradicción entre materialismo e idealismo. Como diferencia, el realismo no abstrae lo real en materia y forma, que como conceptos tienen una naturaleza idealista; incluso en el caso del materialismo, como simple postulación de falso realismo, por la necesidad de un referente crítico propia del Idealismo; dada por su evolución a través del racionalismo positivo, en contradicción directa con la tradición realista.

En cambio, el realismo plantea lo real como una unidad estructural, cuya condición formal proviene de esa misma estructuralidad; que es de otra forma incomprensible, como el proceso de determinación de lo real, que es propio de la substancia. El otro error, también histórico, es la de comprender este proceso como espacio temporal y no propio de la estructuralidad misma del fenómeno; como una alteridad de valores, en que lo real es a su vez indeterminado como principio (potencia) y determinado en (acto); todo como los distintos niveles en que ocurre la realidad, no ya como una extensión o naturaleza (rex-extensa), sino como una estructura en sí.

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Lo importante sin embargo es comprender que, incluso si hermenéutico, la naturaleza de este conflicto es política; desde donde ocurre como una redeterminación artificial sobre la cultura como realidad, por las tensiones en que se resuelve la sociedad. La explicación del fenómeno es histórica, originándose en el conflicto que resuelve la secularización de la sociedad con el racionalismo cartesiano; como el fenómeno que va a separar las prácticas de conocimiento, entre la tradición realista premoderna y la idealista, de la modernidad.

Esta transición no es revolucionaria en ese sentido político, ya que el desarrollo del realismo era anti institucional; resolviéndose en contradicción al dogmatismo agustinita, que era el propiamente institucional, a lo largo de la escolástica. En verdad, la transición salvaría el escollo del realismo, para las funciones institucionales, con la evolución a los poderes seculares; que no por gusto ocurren con el reajuste de las estructuras políticas de la sociedad feudal, en su contracción por el apogeo relativo de la burguesía.

Wednesday, October 28, 2020

¿Cuál es el poder real las redes sociales?



 No hace mucho, Prager demandó a Google por sus prácticas censoras en YouTube, y perdió la demanda; la jueza determinó que YouTube era una compañía privada, y podía establecer su propia política de servicios. El problema es típico de las tensiones políticas que se están viviendo, provocadas por una confrontación ideológica; en que las personas de tendencias conservadoras viven a la defensiva, ante el franco autoritarismo de las liberales.

Por supuesto, queda por establecer la relatividad de todos esos conceptos, que son más bien intercambiables; pero lo importante aquí es la inconsistencia misma de la confrontación, con todas sus innúmeras contradicciones. Más allá de si esas tendencias son realmente liberales, lo cierto es que juegan con cartas capitalistas; como las del derecho y la propiedad particular, con las que han acaparado el mercado.

El problema está en la sujeción voluntaria a esa oferta de gratuidades, que como siempre tienen muy poco de gratuitas; no ya porque se trate de un negocio que vive del comercio de información privada, sino del poder que con ello adquiere. Ese poder es ciertamente conferido por los usuarios, que acceden a subordinarse al autoritarismo de esas redes; algo a lo que nada los obliga, pues ni siquiera quienes trabajan en el medio tienen que participar de este más allá de ese compromiso.

El problema con la libertad individual no es que sea difícil sino que es cara, y se pierde muy fácil con un par de banalidades; como esa adicción que nos sujeta al medio, como antes lo hicieran los cigarrillos y el alcohol. Es probable que el gobierno termine teniendo que regularlos, pero también es probable que esos esfuerzos sean insuficientes; sin embargo queda la potestad de participar o no de esos medios, concediéndoles o no con ello el poder plebiscitario que poseen.

Es absurdo esperar que las redes se abstengan de aprovechar el poder político que nuestra participación les confiere; pero siempre queda la potestad de no conferírselo, obligándolas a un reconocimiento efectivo de sus consumidores. Eso, sin embargo, no puede venir como una coerción gubernamental, que se traducirá en autoritarismo gubernamental; porque el problema no está en el origen del autoritarismo sino en su naturaleza, y esta es la que depende de nuestra potestad individual.

Aunque las redes comercien con nuestra información, sus servicios siguen siendo técnicamente gratuitos; ya que ese comercio de nuestra información es sólo consecuente, no sujeto aún a la transacción. Esa gratuidad es la que pagamos como los impuestos socialistas, con la supervisión ideológica y la reconfiguración cultural; que reconozcamos el peligro no es suficiente, si no va acompañado de acciones concretas y responsables, que pongan a cada uno según su lugar.

Hay mil servicios pagos, que volverían la cultura al carril del capitalismo industrial, desplazando lo ideológico; pero lo harían precisamente reinstaurando el poder de la economía para hacer sus determinaciones políticas de la sociedad. Es decir, restringiendo y condicionando el acceso a los medios, según el poder económico efectivo para ello; algo que tiene que ver también con las prioridades y la responsabilidad individual, en un sistema no asistencial ni clientelista.

Nuestra incapacidad para recurrir a ellos, llevándolos incluso a la ruina con nuestro desdén, explica la procedencia del autoritarismo que tememos; que como el socialista, no puede vivir sólo con la supuesta maldad de un ser supremamente malvado, sino de la debilidad de nuestro ego. Acudir hoy a la regulación de las redes, no es si no alimentar nuestra propia regulación posterior por esa supremacía gubernamental; la libertad como condición existencial, depende de las decisiones que tomamos, de las que también somos responsables.